debo dormir. intentaré obedecer primero a mi apremiante necesidad narrativa.
siempre he querido ser maestro. la posibilidad ha sido, desde hace mucho, una puerta sagrada por la que en algún momento intentaría cruzar. ayer por la mañana recibí una llamada en la que se me informaba sobre una vacante como profesor de artes en una preparatoria de poco prestigio. sin mayor exaltación, agendé para hoy a primera hora, una cita en la que creí sería entrevistado para después tratar los pormenores de la oferta. con muy pocas horas de sueño, construí de mi aspecto el de un profesor impecable -los zapatos con filo de charol estaban incluidos- y acudí al encuentro. la ubicación y las instalaciones no resultaron una promesa, mucho menos el contacto con mi primer superior -una especie de prefecto/pseudocoordinador académico de uñas mordidas y sucias, corbata innecesria y prominente barriga-. la entrevista se limitó a enumerar las materias, subrayar la enorme necesidad de un maestro -el curso tiene ya casi dos semanas de iniciado-, depositar una confianza ciega en mi inexperiencia, postergar para mañana la entrega de programas, métodos y horarios; y notificarme que dentro de poco menos de dos horas tendría mi primer sesión con los alumnos del útimo nivel.
con una extraña combinación entre el miedo y una especie de seguridad afianzada por el contraste acudí al primero de los gurpos, de más está decir que los alumnos eran una enorme masa de salvajes, en su mayoría de dientes contaminados. mis intentos por plantear el curso como una aproximación más personal y contemporánea con las manifestaciones artísticas venían acompañados cada vez de más gritos... el punto es obvio y poco importante: con la agudización de mi angustia iba comprobando que no estaba dispuesto a hacer de mi cotidianidad una constante lucha contra miles de desagradables voces no aceptadas en instituciones menos despreciables.
he aquí el giro de tuerca, el elemento fílmico de una mañana tan poco afortunada como ésta: muy cerca de dar por terminada la primer sesión, un último alumno se introdujo al aula. uno que estaba muy lejos de ser relacionado con el resto de su grupo, uno pequeño, de voz contenida y prendas coordinadas racionalmente. el alumno al que jotch hubiera querido siempre darle clases.
al cabo de muy poco tiempo, la clase concluyó y yo me descubrí fuera del aula sin el menor de los intentos por aproximarme. el plano siguiente: un profesor de sonrisa amable y poco honesta, sentado en la banca menos vulnerable del patio escolar recibía la visita de su alumno retardado. una hora de palabras, la mutua devoción por los zapatos a la par de la inconformidad por el entorno y es así que mi fallido intento de convertirme en docente me ha dejado, al menos, lo que se acumula como una escena sugestiva, entrañable, propia y única en la memoria -las historias de amor siempre han sido cortas-.
otro día los alumnos serán menos escandalosos. otro día mi temperamento será menos insuficiente-.
3 comentarios:
Qué horror, qué bueno que saliste de ese recinto del mal.
Y el alumno de ropa bonita... Acaso la historia de amor más breve del año. Qué bonito estuvo, Jotch.
¡esa conversación, esa escritura de gestos y palabras! trato de imaginarla y al instante desisto: un amor breve --eterno-- es un milagro que sólo testifican los vientos de la tierra, el sol que la revela, y los muros deformes que los otros (ignorantes, intrusos) le imponemos... debo callar, callar --intruso agradecido de leerte en lo que de milagro atraviesa los días, los largos días.
un saludo enorme.
f.
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