13.10.08


al final, todo lo que queda es el desierto.

al sur de la frontera, al oeste del sol
. hermético y universal: un retrato. un horizonte cuya tesis sostiene una verdad indiscutible.

la caja de sustantivos ahí encontrados vuelve a ser un espejo. hablo entonces de métodos, imposibilidad y vacíos. habla entonces él*. se detiene. fatiga el hambre y la memoria tras descubrir que el mapa nunca estuvo en sus manos.

ambos éramos seres incompletos, estábamos de pie ante una puerta cerrada, los dos juntos, con las manos estrechamente unidas durante diez segundos.
/
yo también tengo miedo. no sé por qué, pero a veces me siento como una rana sin membranas entre los dedos.
/
- pensaba que no volverías.
- cada vez que me ves dices lo mismo.
/
y entonces, un día, algo muere dentro de ti. a fuerza de mirar, día tras día, cómo el sol se eleva por el este, cruza el cielo y se hunde por el oeste, algo, dentro de ti, se quiebra y muere.
/
(...)
/
al final, sólo queda el desierto. el desierto es lo único que vive de verdad.

*hajime

2 comentarios:

Celestina Tercioipelo dijo...

Brindo por los espejos que crecen, como árboles, en las páginas de algunos libros.

Anónimo dijo...

Y los espejos, al encontrarse, reniegan lo infinito para decir "nosotros": lenguaje de desierto... Debe ser que lo completo, lo simétrico, no es sino su fantasma: un conjunto de sombras que se tiende --¡es todo lo deforme, es todo lo arrancado!--, sobre el vacío del cielo o sobre el hambre humana...

¡Le regalo una glosa!

“En el Oriente, desierto…” Tenemos que estar en un desierto porque aquél a quien se debe amar se encuentra ausente.

(Simone Weil, La pesanteur et la grâce)

un saludo enorme, testimonio del placer que producen todas y cada una de las palabras de esta entrada :)

f.